Por: Christiam Salinas
El
joven es la parte de la sociedad más cambiante, tan cambiante, que
puede que lo que hoy se diga acerca de él, mañana ya no sea, y en
parte sería un cuanto sugestivo, ya que todo cuanto se sabe y se
afirma sobre este, no es de muy buen parecer y generaliza a un
promedio entre los 18 y 25 años.
¿Qué
es un gorrón?
Según
la definición enciclopédica en “WordReference” un gorrón es:
“Aprovechado,
que vive y se divierte a costa ajena”.
No
es de opinión reñir, ni causar elogio. Pero si vamos al caso, se
puede observar que no todo aquél que al culminar el semestre con
notas tan “admirables”, transmite ese mismo agrado en sus
compañeros como el que se concibe cuando uno lo ve en otro que
sobresale con sus aportes, comentarios y demás.
Pero
¿cómo
lo hacen? ¿”Es
magia”?
¿¨Suerte”?
¿¨Inteligencia
sobrenatural”?
Ah!
o tal vez se encontraron una lámpara de Aladino y obtuvieron la
franquicia para adquirir los tres deseos que son la típica petición
de todo gorrón:
- “Poder completar mis 5.000 amigos y seguidores en facebook o twitter!”.
- “Encontrar a la persona ideal y que tenga mucho dinero para lanzarme a la nombradía” (fama).
- “Ah! Y por último pasar el semestre!”.
Más
que crítica o ataque, espero causar preocupación, incitar a no
estar conforme y a hacer algo. Y he ahí el mismo motivo del título,
que si por alguna circunstancia parece ser de ofensa, por el
contrario, su finalidad es llamar la atención del lector de una u
otra manera, para que cause curiosidad y sea leído pero
significativamente; que haya una reacción, una causa, un efecto en
usted y en nosotros que lo rodeamos y también hacemos parte de este
mundo contradictorio, donde lo único NO efímero es Dios.
Así
como cuando probamos esa gelatina con leche condensada y encontramos
que su textura es tan fina y delicada que con tan sólo introducirle
la cuchara su apariencia deja de ser la misma, pero al final vale la
pena, pues su sabor es de agrado... así es la textura de la
mediocridad, una textura tan fina que solo requiere un deseo
incitante, para romper esa barrera entre lo superficial y lo
significativo, para encontrarnos con la sorpresa de que la solución
no es intangible, sino omnipresente; porque hay un sueño que aún
vaga por el mundo esperando convertirse algún día como mínimo en
un “dejavú”, y sea de este modo que pueda verse hecho una
realidad. Sueño que ilustra un mundo distinto, no otro mundo sino el
mismo, con sus costumbres, aromas, climas y cultura, pero sólo
agregándole un toque secreto que se pide a gritos pero aparenta ser
“un grito sin voz”.
Este
grito clama por que los humanos sean eso, más humanos, que no
respiren porque su organismo se lo exige, sino que hallen el
propósito por el cual aún continúan respirando, que cometan
errores pero que los corrijan, que caigan pero que se levanten, que
“se quemen con el café pero que la próxima vez soplen antes de
tomarlo”, que sueñen cosas grandes, que se arriesguen pero con un
motivo de inspiración.
No
hay límite para aprender, no hay límite alguno para aquél que
quiera cambiar el mundo, solo su deseo y su determinación, porque
“nadie ha cambiado el mundo, sino aquellos que han querido”
(Claudia P. Vargas).
No
podemos seguir pisando las huellas de aquellos que ya han cometido
errores, debemos “brincar” esos vacíos en el camino y que ya
sabemos en donde se encuentran. Sólo basta con ir más allá de lo
que el mundo, nuestra lógica y las emociones nos ofrecen; más allá,
donde lo único prohibido es no hacer nada, donde no es más sabio
quien tiene más conocimiento, sino aquel que se esfuerza por
aprender, aplicar, crear y recrear.
“El
estudio no se mide por el número de páginas leídas en una noche,
ni por la cantidad de libros leídos en un semestre. Estudiar no es
un acto de consumir ideas, sino de crearlas y recrearlas.” (Paulo
Freire).
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