5/22/2015

El peso de las decisiones de un escritor.

Una noche, hablando con algunos buenos amigos que conocí en México, llegamos a un tema que nos llamó bastante la atención a todos, o por lo menos les causo mucho intriga a mis compañeros la idea de identificar por qué los escritores toman algunas decisiones tan fuertes y contundentes que marcan su vida, tanto personal como literaria; ¿lo harán por el reconocimiento público o por qué esa es la manera en la que asimilaron su realidad y decidieron vivir o morir así? 

Mientras yo les explicaba algunos ejemplos de la temática, ellos seguían preguntando u opinando y yo seguía formulando más cuestionamientos. El ejercicio fue realizado más o menos a la una de la mañana; a pesar de que habían varias botellas de cerveza destapadas, la plática se tornó bastante atractiva, así que decidí abordar esta cuestión a través de este texto y hacer una análisis más profundo, estructurado y con varios ejemplos, pensando en la posibilidad de que sería muy educativo para cualquier persona que quiera convertirse en escritor o cualquier escritor que quiera reconocer las esencias de otro autor para crear la suya. 

Gabriel García Márquez alguna vez dijo que sus obras contenían 20% de inspiración y 80% de transpiración, esto refiriéndose a que la idea del tema no sería nada sin todo el trabajo que tiene que hacer el escritor para convertirla en una obra literaria. Además de esto, el escritor en el prólogo que hizo para ‘Doce cuentos peregrinos’ dice que no va a volver a leer el libro porque teme que se va a arrepentir; “siempre he creído que toda versión de un cuento es mejor que la anterior. ¿Cómo saber entonces cuál debe ser la última?” se preguntaba en ese entonces, pues creía que al leer sus propias obras ya publicadas se frustraba al encontrar frases que pudo haber dicho mejor. 

Casi siempre que empezaba un libro de Gabo me encontraba con alguna reflexión de su parte sobre un tema polémico o con alguna explicación de las decisiones que él tomaba y estos argumentos llenaban de confianza mi corta carrera literaria e influenciaban también en mi lado personal, por ejemplo: García Márquez decidió morir en la ciudad de México en el 2014, yo por un lado decidí ir de visita ese mismo año, a ver si él me dejó alguna nota escondida en Coyoacán con una última y hermosa enseñanza.

A pesar de esto, no fueron las decisiones del autor de ‘Cien años de soledad” las que me llevaron a analizar más este cuestionamiento, si bien, la idea ya  había vagado en mi mente desde hace un tiempo, es probable que haya comenzado a explorarla desde la vez que le escuche decir a un escritor una frase en medio de una clase de un taller de escritores: “Escribir no es un oficio, ni una profesión, es otra perspectiva,  una forma diferente de ver la vida". El nombre del autor de la frase y de quien dirigía aquella clase es Nayid Camacho. Pero en este momento el nombre de él no es lo importante, sino la esencia que hay en esa oración. 

Nayid, buscaba despertar la visión surrealista de todos los escritores que estábamos en aquel salón, buscaba nuestra curiosidad por explorar nuestro propio talento, él quería que sintiéramos el peso que debe cargar un escritor en sus letras, él quería que entendiéramos que si nos duele ver el sol triste un domingo, es porque la literatura nos abre la imaginación permitiéndonos observar y comprender las cosas del mundo real de esa manera. Una manera libre, pero que a veces parece una condena, un látigo que nos castiga haciendo brotar poesía de la herida. 

Ese mismo día el profesor Camacho leyó el prefacio de un libro de Truman Capote llamado Música para camaleones, con este texto intentaba fundamentar más la idea sobre el acto de escribir, o bien, realzar la importancia de la misma. En aquel prefacio el autor contaba como desde los ocho años comenzó a escribir sus primeras frases, tuvo que practicar igual que un niño que ensaya piano todos los días, solo que él lo hacía con plumas y papel. Truman Capote decía que antes de alcanzar el camino de la literatura tuvo que enfrentarse a muchas pruebas, no solo gramaticales o de redacción, sino también lecciones de la vida misma, notó que el escritor para comprender debe nutrirse de múltiples conocimientos por eso debe aprender de diversas fuentes como la música, la pintura, o la simple observación cotidiana. Al comprender este tipo de cosas a los diecisiete años, el escritor ya se sentía un artista consumado. Sin embargo, un poco de antes de eso, había notado dos cosas que lo ayudarían a comprender aún más su destino; primero descubrió la diferencia entre escribir bien y mal; y luego hizo otro descubrimiento que lo preocupo mucho más: “la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil, pero brutal. ¡Y, después de aquello, cayó el látigo!”. 

Esta última frase es la que más me gusta del prefacio, y no es solo esa la razón por la que la menciono en este texto, sino porque es un ejemplo muy acertado a mi cuestionamiento. Truman Capote tomó su decisión siendo muy joven, se entregó a la literatura, “un noble e implacable amo” (como el mismo lo nombra), y asumió las consecuencias para convertirse en un escritor, al cual la vida le dio un don que resulta ser un arma artística con la que se debe auto-flagelar para poder llevar a cabo su arte libremente. 

Pero cada escritor experimenta de forma diferente el descubrimiento de su talento. Capote se dio cuenta a su manera y en ese momento supo que ese sería su estilo de vida. Sin embargo, ¿cómo hace un escritor joven para vislumbrar el camino como lo hizo el autor de Sangre Fría? ¿Qué hacer si no se está seguro que los zapatos con los que caminamos arrastran letras novelescas? Esta pregunta se la puede hacer cualquier persona con respecto a cualquier oficio, un estudiante de odontología se cuestionará su gusto por los dientes o un aspirante a profesor medirá su paciencia con los niños, cualquier individuo se preguntaría si sus decisiones son correctas. Pero en el caso de un escritor, esta pregunta suele tener un sabor más amargo, un sabor que mucha gente no comprende, porque es algo que va más allá de un trabajo en la cotidianidad, es tener la sensibilidad despierta todos los días, a todas horas, esperando que llegue algo que nos sorprenda y nos obligue a escribir. 

Recuerdo que esta pregunta me la hacía mucho a mí mismo, solía meditar luego de terminar uno de mis textos; escribía y escribía varios poemas y los guardaba con recelo pensando que no eran tan buenos. Aun así, habían momentos que me llenaba de confianza y se los envía a la gente esperando una buena respuesta, esperando que de verdad les agradará mis letras. Pues, ese acto de valentía resultó bastante bien, mis amigos me daban buenos comentarios, además de exponer algunas críticas en pro de que yo mejorará. Yo las recibía con gusto, sabía que todas sus palabras eran bien intencionadas, que buscaban motivarme a seguir escribiendo, y así lo hice, seguí redactando y enviando textos. Sin embargo yo nunca me confíe del todo de las cosas, siempre estaba dudando de mis productos, así que siempre terminaba preguntándole a diferentes y muchas personas qué opinan sobre mi escritura.

Una vez en particular, luego de  preguntarle a un compañero de clase si le había gustado uno de mis poemas, él percató en mi interrogación un poco de desconfianza. Comenzó a platicarme, a decirme que él no podía determinar si mi poesía estaba bien o mal, dijo que en el arte era muy difícil dar veredictos de juicio porque cada interpretación es muy diferente, así que lo único que podía hacer era darme pequeños consejos o sugerencias que me pudiesen ayudar pulir más mi literatura. Luego de la charla, se ofreció a prestarme un libro que semanas después yo encontraría exquisito, sobre todo porque me ayudó a entender el punto de mi amigo. 

Un día cualquiera Rainer Maria Rilke recibe las cartas de un joven poeta que lo admira y el cual dice requerir algunas enseñanzas, además de preguntarle cómo le parece  el estilo de su poesía. El reconocido autor alemán le responde la carta al adolescente inquieto y esta carta es el primer capítulo que sale en el libro ‘Cartas a un joven poeta”. 

En su respuesta Rilke expone varios puntos que son esenciales para comprender la vida de un escritor. Uno de ellos sale de una situación parecida a la que tuve yo con mi compañero, el autor le decía que él no lo podía aconsejar, que en realidad nadie le podía brindar un buen consejo, ya que eso era estar viendo hacia afuera, y lo que debe hacer un escritor es adentrarse en sí mismo, ese es el único remedio para sacarse los sentimientos en forma de letras. Sin embargo, la concentración de la idea está en una pregunta que le formula el alemán a través de una inspiradora narración: “Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: "¿Debo yo escribir?" Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Si debo" firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida”. 

Me pregunto qué decidió aquel joven luego de leer las letras que le enviaba Rainer Rilke, ¿se preguntaría así mismo si debía escribir o no? ¿Exploraría los recursos que le ofrece su propio ser? Este tipo de situaciones son las que obligan a los escritores a tomar decisiones que afectan tanto su vida literaria como personal. Son decisiones tan fuertes y únicas que son incompresibles para los demás, pero tienen un impacto increíble en el autor, en quién decide cargar ese peso literario que se siente sólido pero que es intangible como el alma. Sin embargo, cada decisión hace nacer un nuevo concepto y de esos conceptos se desprenden dudas que cavan aún más profundo en la mente del escritor. Tan profundo que lo llevan a cuestionarse el estilo lunático de vida que  tiene o  incluso cómo será el final de este.

Por: Manolo Torres

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