Por: Manuel Torres
Abrí la puerta del apartamento, quería
sentarme frente a la televisión para observar las crueles noticias
del mundo; algunas veces siento lástima de esos niños que mueren de
hambre en el África, pero luego de unos minutos me da igual.
Mientras veía en la pantalla tantas muertes, atracos y destrucción,
sentí que alguien estaba parado detrás de mí, volteé lentamente y
no vi nada, así que seguí viendo la televisión. Tomé el control
remoto para cambiar de canal, cuando una brisa fría y suave recorrió
mi cuello. Me levante rápido del sillón, estaba confundido, era
como si alguien hubiera respirado sobre mí. Inhalé profundo, puse
mi mente en blanco, cerré los ojos y me dije palabras de aliento.
Apagué
el televisor, me incliné para dejar el control remoto en la mesa de
la sala, cuando noté algo muy extraño en el vidrio, un par de
huellas. Quedé atónito. Mis manos eran más pequeñas que esas que
estaban plasmadas en el cristal. Me arrodillé para revisar de cerca
el contorno, parecía como si alguien la hubiera dibujado, las líneas
parecían hechas por pinceles, las manos estaban en una postura como
diciendo adiós. Pasé mi pulgar por encima de una tratando de
borrarla, pero no sirvió de nada, ni siquiera se difuminó un poco,
intenté de nuevo con un poco más de fuerza, sin embargo nada
sucedió, así que mojé mi pulgar con un poco de saliva, lo arrastré
de nuevo por encima de la mesa, pero mis esfuerzos fueron en vano.
Me
levanté despacio, di media vuelta, mi casa estaba consumida por un
silencio absoluto que ni mi respiración lo podía quebrar, todo
estaba demasiado callado, pero algo extraño se podía sentir en
medio de toda esa sordidez, era un ambiente trágico, como si una
catástrofe fuera a ocurrir o estuviera ocurriendo.
Comencé
a dar unos pasos, sin embargo parecía que no fuera mi casa, era como
si estuviera cayendo en un abismo profundo y oscuro en el cual solo
se escuchan tus gritos, nadie puede oírte, ni ayudarte, tu cuerpo y
mente esperan con ansias, escuchar el sonido de tu caída para acabar
con ese momento de incertidumbre mientras vas en picada por el aire.
Mis
pisadas lentas y asustadizas evitaban el ruido al caminar, cinco
pasos para mí, equivalían a caminar 5 kilómetros por una autopista
vieja en medio de un bosque que encierra muchas historias sobre
homicidios. Cada pisada implicaba detenerme por medio segundo,
observar a mi alrededor y decidir si caminar o quedarme totalmente
estático. El sudor corría por todo mi rostro, la desesperación por
que regresara todo a la normalidad se hizo presente, fue ahí cuando
el miedo que sentía se volvió fastidioso, suspiré y de la poca
valentía que quedaba en mi cuerpo saqué ánimos y di unos cuantos
pasos, esta vez eran firmes, como si nada pudiera detenerme, con las
manos empuñadas y la mirada hacia arriba desafiaba cualquier cosa
que se interpusiera en mi camino.
La
nevera apareció al final de mi camino, faltaban unos pasos para
llegar, cuando algo tomó el cuello de mi camiseta y me jaló. Cuando
caí, expulsé un grito seco, un grito de agonía y me golpeé tan
fuerte contra el suelo que pensé que unas cuantas costillas se me
habían roto. Me retorcí buscando aire para suplir el ahogo en el
que me encontraba, estaba confundido, toda mi mente quedó en blanco.
El dolor que pasaba por mi cuerpo, se podía comparar por el de un
millón de espadas que entran lentamente en tu cuerpo, rasgando
todos tus órganos, llenando de sangre tus pulmones, cortando los
intestinos llenos de desechos, quebrantando tu tráquea y dejándote
sin cuerdas vocales para desahogarte con gritos escalofriantes que se
escucharán por toda la eternidad en el lugar en donde quedó tu
cuerpo apuñalado.
Ilustración: Edinson Loaiza Diaz |
Mi
sufrimiento cesó. Mi cerebro volvió a la normalidad, pude respirar
otra vez con claridad, quería ponerme de pie pero por alguna extraña
razón no podía hacerlo. La misma fuerza que no me dejó saltar del
puente presionaba mi cuerpo, pero ya no sentía miedo sino
tranquilidad, como si estuviera descansando encima de un jardín de
suave césped, lleno de flores con olor a primavera; mis ojos
comenzaron a cerrarse lentamente, mi vista se nublaba, un sueño
profundo quería atraparme, su poder aletargante me absorbía, gran
variedad de imágenes llegaban a mi mente, mis párpados se
convirtieron en rocas que no pude cargar, en mi imaginación se
dibujaban paisajes y personas, algunos lugares los reconocía pero a
las personas no las distinguía, mis pensamientos comenzaron a
levitar, una cobija de placer me abrigó y cuando al fin sucumbí al
mandato de dormir, pude viajar por todos mis recuerdos.
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