Para esta fecha se pone de moda hablar de libros, hablar de lectura, de escritores y de literatura en general. Se habla de ir a la Feria del Libro y de recorrer todos los pabellones comprando libros; nos volvemos unos lectores en potencia.
La Feria Internacional del Libro de Bogotá es uno de los eventos más grandes del país, a nivel mundial cuenta con gran prestigio y gracias a ella la UNESCO en el año 2007 nombró a Bogotá como una de las capitales mundiales del libro, privilegio que solo dos ciudades latinoamericanas gozan en un grupo de 16 ciudades. Ese reconocimiento es por los incentivos gubernamentales a la lectura, a la promoción de la industria editorial y a los programas para la difusión del libro.
Fotografía por: María Camila Zamora. |
Después de visitar por un solo día la Feria del libro uno sale con la sensación que Colombia es un país de lectores consumados, de gente culta o por lo menos donde la literatura tiene un espacio trascendente en nuestra sociedad. La afirmación anterior se debe al tamaño descomunal que ha tomado la feria; para los que tuvimos la oportunidad de conocerla quince años atrás sabemos muy bien a que me refiero, en ese tiempo, la feria no alcanzaba a ocupar dos pabellones y los expositores eran las mismas grandes empresas editoriales de siempre. Además, y como si fuera poco los visitantes no eran la cantidad de personas que hoy hacen que Corferias sea una pequeña plaza de eventos, literalmente no da abasto.
Fotografía por:María Camila Zamora. |
Hoy, desde la apertura hasta el final de la jornada la gente no deja de ingresar a la feria, los pabellones lucen atestados, en los stands se amontonan por decenas los visitantes, hay filas interminables para todo: desde el baño hasta para comprar una gaseosa. El calor en los pabellones, producto del gentío, es espantoso. Las personas agotadas de caminar descansan en cualquier rincón, por todas partes se ve tumulto. En ese orden de ideas la feria luce atiborrada y a su vez majestuosa, quizás ese título de ser una de las capitales del libro es justo, lo merecemos.
Ahora bien, cuando se conocen las tristes cifras del nivel de lectura en Colombia hay algo que no encaja. ¿Por qué? Si la feria puede ser un buen pulso para medir nuestro nivel de lectura. Entonces, ¿qué es lo que está pasando? La respuesta es fácil: somos un país de faranduleros, de absurdos, caemos como aves rapaces a la feria cada año, nos tomamos ‘selfies’ con libros al fondo, hacemos una fila más larga que las del transmilenio para entrar al pabellón de Macondo y adentro uno escucha: “¿Quién es Aureliano Buendía?”. Nos metemos como podemos en los conversatorios, miramos y ojeamos cuanto libro vemos pero sin leer ni un renglón, nos disfrazamos de intelectuales y cuando nos preguntan “¿Qué compró en la feria?” Con una sonrisita medio descarada y a la vez presumida decimos: “un afiche y un llavero”. Nos volvemos intelectuales porque está de moda por esos días serlo, es como los que se volvieron expertos en boxeo porque se vieron la famosa pelea del siglo, y una semana atrás no sabían quién era Mayweather.
Según la última encuesta de consumo cultural del DANE, las cifras son escandalosas para el país que embute cientos de miles de personas a su gran feria del libro cada año. Resulta que el 28.7% de la población que está en capacidad de leer, es decir que lo saben hacer, se leen un libro por año, y aceptémoslo, esa cifra de por si es medio mentirosa. Hay solo un 8.9% que se lee un libro cada mes, esa última cifra es muy baja si se compara con Argentina y Ecuador, por no mencionar a las potencias regionales de México y Brasil. Por si fuera poco, la mayoría de los libros leídos dentro de ese 8.9% corresponden a libros de autoayuda, espirituales y esotéricos, (no sé si dentro de esas cifras también incluyen los libros del elemental Coelho, si no es así, por amor a Dios háganlo) en ese sentido la triste cifra 8.9% se convierte en un número menor.
Las cifras son vergonzosas, si continuamos con ellas es mejor abrir un hueco en la tierra y que nadie nos mire. La encuesta de consumo cultural aseguró que el 55% de los colombianos no les gusta leer, no les interesa, y eso es un número significativo de población, pero, esa misma cantidad de personas usan las redes sociales, esa debe ser una de las razones por las cuales mucha gente cuando escribe en el facebook le produce dolores insoportables a los ojos de quienes tienen la desgracia de leerlos. Con esas cifras pienso que a la gente la deberían obligar a leer, yo sé que eso atenta contra todas nuestras libertades, pero prefiero perder esa libertad a que me fusilen los horrores ortográficos de las redes sociales.
Mientras las cifras exhiben medianamente nuestra realidad, allá en la feria es otro mundo, allá la literatura se ha salvado con los miles que ingresan y salen con llaveritos, pulseras, afiches, el nombre de ellos escrito en chino o persa, pero ni un libro en sus manos. Aunque no falta el que no quiere salir sin un libro debajo del brazo y se embolsilla una obra de valor incalculable de ‘Gabo’. ¿Por qué no se habrán robado un libro de Coelho? Desgracia tan infinita la nuestra.
A propósito, esa realidad es macondiana, como lo es nuestra feria, como es todo lo que pasa allí cada año, esas interminables filas para comprar un plato de comida en Corferias a un precio astronómico, dinero con el cual se podían comprar varias obras e irse a comer a la casa, es como si en la feria no fuera del libro si no de la comida y la cerveza, para después decir que no teníamos dinero para comprar así fuera un libro de bolsillo.
Así somos los colombianos, queremos ir a cuanta fiesta y evento existe, nos disfrazamos de lo que está de moda, inventamos historias para justificar nuestra pasión efímera. Somos expertos de lo que está vigente y presumimos de ser fanáticos de lo transitorio, y todo para estar “in”. En pocas palabras somos intermitentes al extremo. Mañana otra cosa se pondrá de moda, iremos a verlo, seremos expertos del tema y hasta insistiremos que desde que tenemos uso de razón somos fanáticos de ello.
Por: José Vargas.
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