Por: Jorge Quintero
Una vez, escuche una historia de la que nadie se acuerda; de un lugar que ya nadie conoce; de un momento que se ha perdido en el tiempo y de un amor que ha perdurado por siempre.
Esta historia comienza, en un pueblo alejado y muy poco conocido, cuenta que en este lugar, (al que llamaremos “Yokot”), vivía una hermosa mujer, la más hermosa de todo el pueblo; a la que llamaban Kikyo. Ella vivía con su madre en una gran casa a las afueras del pueblo, pues no les gustaba el ambiente estresante del centro. La madre de Kikyo ciega de nacimiento, le enseño desde muy joven a descubrir la belleza en las cosas más simples, a disfrutar los momentos como si fueran los últimos y a dar la vida por lo que se ama; entre muchas de estas cosas, Kikyo amaba las noches de luna llena, en las que se quedaba frente a la casa contemplándola y describiéndole a su madre el esplendor de ellas.
Una noche mientras Kikyo dejaba que su mente danzara entre la plateada luz de luna, que apartaba cualquier rastro de oscuridad de la noche, observó que en el horizonte se acercaba tambaleante la silueta de una persona, al describirle a su madre lo que podía ver a través de sus ojos, las dos se sintieron extrañadas, puesto que a esa hora de la noche nadie llegaba al pueblo.
La persona se acercaba cada vez más y la curiosidad de Kikyo crecía con cada uno de los pasos que con esfuerzo esta persona daba; después de unos momentos Kikyo pudo darse cuenta gracias a la vestimenta y las heridas que tenia, que era una especie de guerrero, un soldado que al parecer escapaba aturdido de una sangrienta batalla, de la cual apenas había logrado sobrevivir; estaba mal herido y en su mano derecha empuñaba con fuerza una espada; cuando él se acerco y pudo ver el rostro de Kikyo, repentinamente se desmayo por el cansancio. Kikyo sin dudarlo lo ayudo y con ayuda de su madre lo llevo a la casa, en donde comenzó a limpiar las múltiples heridas que tenía y al final lo dejo en una de las habitaciones de la casa para que descansara, no sin antes guardar la espada del guerrero en lugar seguro.
Un día mientras Kikyo limpiaba los vendajes de su huésped, el guerreo despertó; sus ojos vieron el rostro de la hermosa mujer que había salvado su vida con sus cuidados, ella noto que él había despertado y lo primero que le pregunto fue el nombre, a lo que él contesto que se llamaba Ukitake; comenzó a contarle que él era un soldado, al parecer el único que había sobrevivido a una batalla que se había desencadenado inevitablemente y que al final de ella había quedado desorientado y camino sin rumbo durante días hasta llegar allí.
Ukitake todavía no estaba del todo curado, mientras pasaban los días conoció mejor a la mujer que sin interés alguno lo cuidaba y a la que en las noches acompañaba a contemplar la luna llena, inevitablemente los dos se enamoraron perdidamente. No paso mucho tiempo antes de que se imaginaran viviendo juntos y siendo felices; hasta que un día y de la nada apareció frente a la casa de Kikyo un mensajero que venía a entregar un recado a Ukitake, el cual decía, que como capitán de la armada, era su obligación regresar a dar un informe detallado de lo sucedido en la batalla, de la cual él fue el único sobreviviente; después que el mensajero entregó el encargo, este se fue.
Kikyo comenzó a llorar sin control y Ukitake trato de calmarla diciéndole que no se preocupara, que el informe que debía dar, era algo de rutina y que después que lo entregara, se retiraría de la armada y regresaría para vivir junto a ella, que se lo prometía, le prometía que en la próxima luna llena volvería, que lo esperara. Kikyo no dijo mucho, solo le pidió al guerrero que se cuidara y le recordó que ella tenía su espada, la cual conservaría hasta que regresara.
Antes de partir, Ukitake y Kikyo se dieron un beso, luego él camino hacia el horizonte hasta que su silueta se perdió de vista, allí se quedo Kikyo observando la inmensidad del cielo que se une con la tierra y como las estrellas poco a poco dibujaban un camino sin rumbo en el cosmos.
29 días pasaron, 29 largos días en los que Kikyo con anhelo esperaba a la luna llena para poder ver de nuevo al hombre que le prometía felicidad eterna.
Todo el día permaneció con su mirada en el horizonte esperando a su amado, las horas rápidamente se consumieron, la noche se precipito con rapidez y la luna llena decoro el cielo con su refulgente luz. Ella espero durante mucho tiempo y comenzó a entristecerse, pues al parecer su amado no regresaría; pensó en la posibilidad de que le hubiese pasado algo, pero aun así mantenía la esperanza; la madre de Kikyo al percatarse lo tarde que era, le pidió a su hija que se fuera a dormir y le dijo que si él no llegaba esa noche, llegaría al otro día.
Kikyo se preparaba para dormir, cuando de repente vio que alguien se acercaba a la casa, era Ukitake que había cumplido su promesa; cuando se acerco y pudo observar su rostro, Kikyo noto que tenía algo extraño, pero aun así lo invito a pasar y a comer; mientras ella comía le contaba todo lo que había esperado ese día y que llego a pensar que él no regresaría; de nuevo al observarlo Kikyo, se dio cuenta de que estaba muy raro, pues no había tocado la comida y mantenía la mirada baja. Entonces ella se levanto y se fue a buscar la espada para devolvérsela, la dejo sobre la mesa y le dijo a Ukitake que la había cuidado con mucho amor y que había esperado este día con todo el alma; antes de que Kikyo dijera otra palabra, Ukitake se levanto y dijo que debía irse, ella le pregunto la razón, el guerreo comenzó a decirle que todo lo que se habían prometido ya no podía hacerse realidad, que él ese día lo había esperado tanto como ella, pero que cuando estaba por llegar al pueblo, fue capturado por el enemigo y sin compasión alguna acabaron con su vida.
Kikyo no entendía lo que su amado le decía, pues ella lo veía como si estuviese ahí, él le dijo que le había prometido a ella regresar y que él cumplía sus promesas; Kikyo trato de tocarlo, pero le fue imposible; él le recordó a ella que la amaba y le deseo que fuera feliz, pues él ya no podía lograr esa felicidad junto a ella, al terminar de decir esto salió de la casa, la luz de la luna reflejaron las lágrimas que brotaban de su ojos, mirando hacia el cielo dejo salir las siguientes palabras: “Si yo estuviera vivo...”
Kikyo lloraba desconsoladamente y en un momento de desesperación, tomo la espada de la mesa y salió corriendo de la casa; desenvainándola le dijo que ella nunca podría amar a alguien tanto como lo amaba a él, que si era el caso prefería morir para irse con él, al terminar de decir esto, clavo la espada en su pecho y entre la lluvia carmesí que se junto con las lágrimas de ambos, la vida de Kikyo se extinguió y su alma resurgió.
Juntos Ukitake y Kikyo se elevaron y se convirtieron en dos estrellas que solo pueden ser vistas en las noches de luna llena.
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