3/02/2015

¿El reino de los imitadores?

Parte del comportamiento humano radica en ver, en imitar y parodiar lo que obtiene como estímulo de su entorno. Vivimos en una sociedad que parece una obra de teatro, donde el guionista hace gala de sus más atávicos y complejos sinsabores.
Fernando Araujo Vélez en su columna que da origen a este título, expresa en su obra henchida de cotidianos la incongruencia de todas las conductas, como si lo irremediable, lo perverso, lo inaceptable configuraran la más excelsa maravilla: una sociedad irrepetible. Utópica. Consolidada bajo los más sesudos e inteligentes argumentos, que por sí mismos, no admiten crítica  ni desarquitectura alguna. Por consiguiente, ante tal axioma, lo único que queda como conducta natural es la emulación. Sólo así se puede hacer parte y corresponder al conglomerado de la masa social.
Todos los días se abre el telón, para resignificar la mismísima comedia. Allí el reparto confundido entre artistas y espectadores da cuenta de lo humano y lo inhumano, mientras cacarean entre máscaras prestadas, sin saber realmente cuáles son sus propias facciones. Pero algunos se rehúsan a usar las mascares, e infunden espectáculos alternativos, roles divergentes. Con ello, deslindando otros escenarios que contravienen el ejercicio, la dinámica, la costumbre, el hábito, que otrora se ha puesto en escena.
Nada más peligroso para una majestuosa obra de teatro que sus actores confundan sus papeles, que la improvisación lleve a otros destinos el contenido de la misma. Esto refundaría sobre otras bases el repetido cotidiano, y ya no sería el mismo.
¿Vivimos? Vivimos la más compleja y desatinada colcha de retazos, no sólo en lo cultural, sino en lo humano, que ha dejado como saldo la más elevada de las desgracias: un conflicto interno.
Por: Carlos Mateo Polania Velez

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