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6/14/2012

Doña Julia y sus historias



Por: Sebastián Fuentes.







― ¡Ay señor! suspira Julia desde la silla del parque donde trabaja, mientras ve al cielo, quizá porque desde que el cronista está en el sitio, lo cual es cerca de una hora,  nadie se ha acercado a comprar nada. O quizá solo suspira por lo aburrido y por el tedio que lleva el aire de la tarde que está por terminar.


Los años se reflejan en su rostro el cual luce arrugado y cansado, va por los sesenta  o sesenta y dos años. Julia no es la excepción frente a la vanidad, su edad no la dice. Su edad se deduce  por sus canas que no son muchas pero si las suficientes para delatarla. Y también su cara, el cansancio en su cara, porque no luce como  cansancio de un día de trabajo, parece más el cansancio de una vida, de unos años llevados a cuestas con mucho esfuerzo pero al fin y al cabo bien llevados.
Julia vende platanitos fritos, café y agua en este parque que para algunos es relativamente nuevo, pero de nuevo no tiene nada, lo nuevo es que el parque es transitable desde que se construyo el centro comercial que está ubicado en frente del parque, lo cual solo fue hace seis años. Anteriormente este sector era un foco de atracos y cuna de la inseguridad donde solo se encontraban drogadictos e indigentes. Pero Julia sabe más de esto, lleva en este lugar desde 1987 desde que el parque era un simple parque más, que luego paso de parque a lugar deprimido y peligroso, y de nuevo a parque. Allí, vendiendo sus platanitos y tinto. ― llegue acá­ porque era esto dejar que mis pelaos se murieran de hambre. María fue una madre soltera a la que le tocó poner la cara por sus hijos  ya que su marido un mujeriego como ella lo describe se fue con otra mujer y lo último que supo de él es que estaba en el Tolima y tenía una nueva familia


― Antes aquí quedaba un parqueadero gigante lleno de carros antiguos, (dice refiriéndose a lo que ahora es el centro comercial Unicentro) ¿Para donde se habrán llevado esos carros? ― si me hubieran regalado uno, no andaría por estos lares. Sonríe la mujer de sandalias sucias, camiseta amarilla manchada de cloro  y falda floreada de color verde opaco, ese opaco que se produce cuando los años caen sobre la tela. Dejando traslucir entre su sonrisa algunas  de las incrustaciones de plata que tienen sus dientes.



En el parque julia tiene su grupo de compañeros los cuales conoce hace largo tiempo, estos son: (vale aclarar que  Julia nombra a sus compañeros de acuerdo a lo que venden) “Raspados” un hombre de aparentemente 40 o 45 años el cual está ubicado en la silla directamente en frente de la silla donde está Julia, enseguida a la izquierda de Raspados se encuentra “Avenas” un hombre más hacia los 60 años con un porte de papa Noel de centro comercial, un señor con una barriga protuberante y de tez blanca pero con sus mejillas y cuello de color rojizo a causa del calor, esto revela que no es nativo de la región, pero Julia afirma que lleva mucho tiempo en la ciudad dedicándose a vender avenas. Al lado derecho de Raspados se encuentra “Aromáticas”: ― El de la aromática heredó del papá yo lo conocí y no era gangoso como este. Aromáticas es un hombre escuálido con un bigote mal cuidado y que al hablar utiliza cierta nasalidad lo cual hace que julia lo bautizara como gangoso, este hombre vende aguas aromáticas, tintos y café con leche conocido popularmente como perico. Las ventas las realiza en un triciclo bien pintado  y reluciente, mientras que julia tiene sus plátanos en una vasija verde el tinto en una sola refractaria, y el agua en una caja de icopor, esto sobre una caja de tomates de madera.


Entre ellos pasan más tiempo diario que con sus propias familias, Y lejos de ser un ambiente de trabajo y competencia es un ambiente ameno, Julia bromea con los demás cuando tiene oportunidad, pero también se ayudan entre sí: cuando hay un cliente y no hay lo que pide pues lo mando donde el otro. Todos son como una familia que ayuda a llevar el aburrimiento y la rutina del trabajo por qué estar tanto tiempo sentado todos los días aburre a cualquiera. Julia Silva, ríe y bromea no solo con sus compañeros, lo hace con el transeúnte, con los clientes de sus compañeros. Es  una mujer alegre y mamagallista como  se dice.

 ― Lo que más vendo son platanitos.  Al decirlo se le ilumina su rostro como una madre hablando de su hijo favorito. Porque sus hijos reales la dejaron hace muchos años. ― Así son todos los hijos, cuando lo ven a uno viejo hay si lo abandonan, no se dan cuenta de quien los ayudo a medio salir adelante mal que bien,  después de viejos no se acuerdan de que tienen mamá. Deja escapar un gesto amargo cuando se refiere a sus hijos.


Para Julia no existen días donde venda más. ― Si la gente tiene plata compra cosas, si no tiene pues que va  a comprar. Los días que menos la favorecen son los lluviosos, tiene que ir  su  a su casa  la cual esta a contadas cuadras en el barrio San Benito  y dar por terminado el día de trabajo porque así no se puede.
Julia no se preocupa por nadie más, vive sola, Ella no se afana para salir a trabajar a diferencia de los otros compañeros, con cierta jactancia dice  ― Yo salgo a 1 o 2 a trabajar y termino a las 5 o 6 yo no me afano. ― Por la policía nunca he sufrido, nunca me han molestado. Dice satisfecha mientras mira las inminentes nubes de lluvia en el cielo de esta ciudad de clima rebelde como un niño malcriado ― eso es pura bulla. El cronista no se convence  de seguro va a llover.
Comienzan a caer las primeras gotas de lluvia, la tarde calurosa al final se despide con lluvia, Julia guarda los plátanos y el agua en su cajón de madera y lo cubre con un plástico algo viejo y amarillento, ya es hora de partir para ella. Con pasos lentos pero firmes se aleja la mujer, se va aunque la llovizna  ya está cesando, y dice con una sonrisa de oreja a oreja: –yo le dije que no iba a llover.