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2/21/2012

Señales

5 Capítulo: El Café


Por: Manuel Torres


  Descansaba en mi casa plácidamente, tratando de olvidar el agobiante rostro de mi jefe grabado en mi mente, solo quería tranquilidad, quería un buen café, caliente, suave y relajante. 


  Me dirigí hacia la cocina, abrí la despensa para buscar la apetitosa bebida de origen colombiano pero no había ni si quiera un grano de él, se había terminado mi dotación de café. Sin embargo mis deseos de cafeína eran grandes así que salí a la calle. 


  Caminaba despacio aunque mis ansias por una taza humeante de café eran grandes, no quería afanarme por nada. Me di cuenta que en un edificio cerca a mi apartamento, una mudanza causaba ruido en la calle y unas personas de aspecto muy peculiar cargaban extraños objetos, adornos y muebles dentro de lo que sería su nuevo hogar. 


  Saludé a algunos vecinos, me sentía muy bien, estaba en un estado de tranquilidad del que nada ni nadie me podía sacar; bueno, eso pensé hasta que un grito chillón de mi amigo Eliot me sacó de mi trance de felicidad.

-Damián. –Me gritó él desde la otra acera, mientras venía hacia mí.

-Que hay Eliot, ya se me hacía raro no verte. ¿Has venido a regañarme o tal vez a castigarme? –Le dije irónicamente.

  Eliot Campbell es un viejo amigo, lo conozco de mi antiguo vecindario, éramos muy visionarios aunque él era mucho más ordenado con sus ideas. Siempre  ha sido una persona bastante minuciosa con todo lo que hace, siempre busca la perfección pero nunca la encuentra y por eso vive realmente frustrado. 


  Su cabeza está llena de tantas ideas sin concretar, que cada vez que las recuerda le entra un tic nervioso en su ojo izquierdo; es un buen matemático pero algo impertinente con su mirada, ya que  parece que está calculando y resolviendo todo lo que está a su alrededor como si fueran formulas trigonométricas o problemas geométricos.

-No, todo lo contrario, quiero que me cuentes porqué renunciaste. –Me dijo con una voz muy calmada.

  Lo miré fijamente, me pareció muy extraña la expresión de tolerancia en su rostro, siempre estaba dándome sermones sobre lo que debía y no debía hacer, me recalcaba los valores humanos, me explicaba la diferencia entre el bien y el mal, sin embargo cuando algo me salía mal, me daba muchos ánimos y me decía palabras inspiradoras que me alentaban a seguir adelante.

  Un tipo neurótico, escrupuloso con tintes de prudencia, preocupándose siempre por mí y porque ambos fuéramos grandes profesionales en nuestros trabajos, es un buen amigo, el mejor que he tenido. Estaba muy asombrado con la actitud comprensiva  de Eliot, es muy raro verlo tan relajado y despreocupado ya que casi siempre vive lleno de angustias y recalcando la importancia del trabajo en la humanidad.

-Eliot, agradezco toda tu amabilidad pero en realidad no tengo ganas de hablar sobre ese tema – le dije de una forma tajante.

-Cálmate Damián, vengo a contarte que yo también quiero renunciar. –me dijo como si se estuviera confesando.

 Quedé atónito con esta noticia, no podía creer lo que mis oídos estaban escuchando, Eliot, ese hombre tan meticuloso, que cuando vence un obstáculo llora de la felicidad y se ríe con una alegría inmensa, ese mismo hombre, estaba pensado en renunciar al trabajo que tantos éxitos le había dado.

-¿Estás seguro de lo que estás hablando? ¿No te sientes mal, no has consumido alguna droga o bebida embriagante? – le pregunté en tono burlón.



-No Damián, quiero rehacer mi vida desde otro punto de vista, desde otra perspectiva, quiero ser feliz de verdad, disfrutar lo que hago, quiero vivir placenteramente con mi trabajo y ese aburrido puesto en la oficina con el señor Blake, no me lo permite. –me respondió con una sinceridad agobiante.

  Lo miré fijamente a los ojos, tenía que escucharlo y sentía la necesidad de contarle el porqué de mi renuncia.

-Eliot, amigo... créeme que no tenía ganas de hablar con nadie, ni siquiera contigo, salí de mi casa solo por buscar un café y todavía tengo ganas de uno. Porqué no vamos, nos sentamos, creamos un ambiente agradable;  de esa forma yo disfrutaré de una gran taza del elixir vital que tanto deseo, mientras tú me cuentas todos tus problemas.

-Me parece estupendo, un café me vendría muy bien en estos momentos, gracias Damián. –me dijo muy emocionado.


-De acuerdo, pero tú gastas. –le dije con una risa burlona y desvergonzada.